21 febrero 2014

Cuentito

Samuel tenía mucha plata y vivía en la esquina de la cuadra. Le gustaba vivir de los demás y tener mucho poder. Resulta que Hugo vivía a mitad de cuadra. Este último había inventado una sustancia que limpiaba cualquier mancha y el costo de la producción era bajísimo, el producto tenía un precio y una salida impresionante por lo que el nivel de vida de Hugo creció enormemente en un corto plazo. Samuel necesitaba apoderarse de dicha producción para evitar que alguien pudiera competir con su poder, pero su mala reputación en el barrio crecería a pasos agigantados si utilizaba recursos violentos directos para lograr su cometido. Por eso, acudiendo a prácticas más aceptadas por la psiquis de la gente del barrio, se le ocurrió una idea mejor: contrató a varios ladrones, alborotadores y otros malandras de poca monta para que escandalizaran la cuadra, que perturbaran el orden de todos los vecinos (incluído él) pero que nada hicieran en la casa de Hugo. Con esta primer parte del plan consumado, hizo correr el chismerío de que el responsable de todos los males era el propio Hugo. Esto generó que su intervención sea pedida y no criticada por el resto: generó la demanda, generó la necesidad. Así, un grupo de vecinos pidió la intervención de Samuel para restablecer la paz. Samuel movió contactos, envió fuerzas públicas para encarcelar a Hugo y, en ese procedimiento, se apoderó de la fórmula y posterior producción del bien precioso para la comunidad. La casa de Hugo fue habitada por el hermano de este, Kenia, que pidió disculpas a Samuel y a todo el barrio por los desmanes cometidos por su familiar. Samuel no solo aceptó sus disculpas, sino que le prestó dinero para refaccionar los desastres hechos por la fuerza pública (por él mismo en verdad) a una tasa un poco elevada, pero con posibilidad de renegociarla cuando gustara, pagando lo que estuviera a su alcance.

Y colorín colorado, este cuento se ha esfumado.

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